Fotografía: T. Román |
En Septiembre de 2013, una vez finalizadas las Olimpiadas en Londres, saltó a la luz el caso de quince ex-deportistas que decidieron redactar una carta en la que denunciaban abusos y malos tratos de la persona que les entrenaba. Las acusaciones han sido duras: "...humillaciones, insultos, acosos, manipulaciones y faltas de respeto son algunas de las cosas que tienes que soportar si quieres formar parte de su equipo..."
Se definen como deportistas de élite y saben lo que esto significa: "...sacrificio, entrega, rigor,
disciplina, respeto, dedicación, coraje, constancia, trabajo en equipo, llevar
tu cuerpo a límites casi inhumanos día tras día, renunciar a casi todo... Es un
camino duro, pero también cargado de sueños y objetivos."
Como deportistas y como personas han vivido
lo que denominan "un método peligroso y perverso, donde el fin
justifica siempre los medios" y saben cuáles son las cualidades que un
buen equipo desea ver en su entrenador: "Un buen entrenador debe ser capaz
de liderar ganándose el respeto y la admiración de su equipo".
Nos describen el escenario que les gustaría crear para los futuros
deportistas "...un nuevo proyecto en el que los valores del deporte
tengan una cabida real y, sobre todo, para que nada de lo que denunciamos
vuelva a repetirse. El deporte no debe admitir, ni sentir orgullo, de medallas
conseguidas A CUALQUIER PRECIO".
Es un futuro al que me apunto y espero que la mayoría de vosotros. Incluso
quiero creer que ya es un presente en muchas de nuestras disciplinas y práctica
deportiva diaria.
No obstante, a la vista de esta noticia, y tantas experiencias silenciadas
que me consta existen en la actualidad, creo que merece la pena darle una
pensada.
Este tema me toca particularmente por dos motivos personales: el primero
por mi hija de 12 años como deportista de una disciplina desde hace más de 6 años, y el segundo por mi práctica
como Coach profesional que percibe el claro camino de mejora que aún queda por
recorrer para conseguir ese futuro deseado por tantos y tantos deportistas.
Estas denuncias abrieron el filón y a nosotros nos toca recoger su testigo para continuar una labor de la que muchos de nosotros nos sentimos responsables.
Estas denuncias abrieron el filón y a nosotros nos toca recoger su testigo para continuar una labor de la que muchos de nosotros nos sentimos responsables.
He podido valorar la importancia de contar con un buen entrenador para
disfrutar plenamente de una disciplina deportiva y, por ende, conseguir buenos
resultados. Afortunadamente he podido ver en acción a diferentes perfiles de
entrenadores y sinceramente, no abundan los perfiles "Coach", tal y
como lo entiende la práctica del Coaching.
Hemos aprendido a diferenciar claramente qué es un entrenador y qué es un
coach y en todos los cursos que impartimos queremos dejar bien clara la
diferencia.
El entrenador debe ser buen conocedor de la disciplina que entrena, haberla
vivido en primera persona a ser posible, para así poder orientar al deportista,
indicarle la técnica correcta y corregirle cuando sea necesario.
Un Coach no necesita tener un profundo conocimiento de la disciplina, pero
sí de la persona con la que trabaja, su coachee. Su orientación principal será
descubrir todo el potencial que éste tiene y ayudarle a que aflore.
Un entrenador dirige, aconseja, marca el camino, instruye, muestra la buena
técnica, indica los hábitos a modificar, establece el plan de acción, el ritmo
del entrenamiento, planifica. En muchos de los casos se utiliza el vocablo "Coach",
denominación posiblemente influenciada por el término usado en América en la
práctica deportiva. No debemos confundirla con la disciplina del Coaching.
La labor de un Coach es facilitadora, no instructora. No orienta, no juzga,
no aconseja, no instruye, no planifica; es tarea del coachee hacer este
trabajo. Se basa en el reconocimiento de áreas fuertes y refuerzo de las
mismas. Cree firmemente en el potencial de su cliente y le acompaña hacia la
consecución de sus metas.
Parte de la creencia firme en el coachee, le respeta como persona, confía
en su éxito y desea que lo alcance; le concede el protagonismo absoluto en el
proceso; será quien le acompañe en el recorrido del camino que haya elegido,
cualquiera que éste haya sido, aunque internamente pueda pensar que no es el
más acertado: es su camino y su experiencia valdrá más que cualquier consejo que
se le pueda dar. Esta posición permitirá devolverle un mapa diferente que
provocará reflexión, concienciación y acción.
Durante el proceso se realizan preguntas que harán que aparezcan puntos
ciegos, aspectos que pasan desapercibidos conscientemente. El Coach será un
espejo con lente de aumento que devolverá al Coachee su propia imagen
engrandecida y generará una concienciación que le provocará la reflexión y,
posiblemente, el deseado cambio.
Un Coach nunca será un entrenador, sin embargo, un entrenador puede serlo
con "actitud" coach.
No estamos aquí posicionándonos hacia una u otra forma de aproximación
hacia el deportista, sino de comprender que ambas se potenciarían si se
trabajasen conjuntamente.
No obstante, considero que un buen entrenador debe pasar por tener una
actitud "coach" para con sus deportistas con el objeto de sacar todo
el potencial posible que el mismo puede brindar.
Si comparamos estos dos estilos o disciplinas me vienen a la mente los estilos de liderazgo que Kurt Lewin identificó ya en 1936 para establecer los efectos de los distintos estilos de liderazgo sobre la forma en la que la gente se comporta en los grupos.
Si comparamos estos dos estilos o disciplinas me vienen a la mente los estilos de liderazgo que Kurt Lewin identificó ya en 1936 para establecer los efectos de los distintos estilos de liderazgo sobre la forma en la que la gente se comporta en los grupos.
"Empezaron
organizando tres grupos de chicos que se reunían después del colegio. Cada
grupo tenía un líder que había sido preparado por los investigadores para
interpretar tres estilos muy distintos de liderazgo:
- Cuando actuaba como un líder autocrático tomaba todas las decisiones para el grupo; cuando actuaba como un líder liberal su trabajo consistía en dar total libertad al grupo sin casi ningún tipo de guía; cuando actuaba como un líder democrático animaba activamente y ayudaba al grupo a tomar decisiones. Cada seis semanas el líder cambiaba de grupo y los chicos pasaban por tres tipos de liderazgo bajo tres hombres distintos.
- Bajo el líder autocrático, los chicos trabajaron más duro pero solo cuando este vigilaba; eran más agresivos y hostiles y mostraban mas sumisión al líder; se comportaban como fascistas en miniatura.
- Cuando el grupo convivió con el líder de estilo liberal, se hizo poco. Los chicos hacían el mínimo trabajo posible y de la peor calidad. La libertad absoluta sin ningún tipo de guía les llevó al caos.
- Sin embargo, cuando los grupos fueron liderados democráticamente mostraron los más altos índices de motivación y originalidad y mayor intercambio de elogios.
A la vista de los resultados de este estudio parece claro que ni el
autoritarismo ni el liberalismo serían métodos aconsejables utilizar en un
grupo en estado puro y de forma constante. Tampoco se aconseja el suscribirse a
utilizar siempre y en todo momento el mismo estilo, pues cada persona o grupo
pasa por diferentes fases y situaciones y cada momento específico requerirá la
utilización de uno u otro estilo de manera puntual. No obstante, sí que es
cierto que cada persona tiene un estilo que prima sobre los otros, y que se ha
identificado al estilo democrático como el que mejor resultados obtiene en su
conjunto.
Teniendo todo esto en cuenta, yo apuntaría un nuevo matiz a este estudio
que me resulta especialmente interesante rescatar. Se trata de la vinculación
emocional, del interés o compromiso que se aprecia en el líder para con el
grupo en cada uno de estos tres estilos:
- En el líder autocrático se aprecia un claro interés hacia la tarea, no hacia el grupo. La vinculación emocional con el grupo no se tiene por qué dar. El grupo parece ser mero instrumento para conseguir llegar al objetivo y cumplir con la tarea, no importa cómo esto puede afectar al bienestar / malestar del grupo o de cada individuo. El compromiso e interés parece que solo procede del líder; no parece importante considerar el compromiso e interés del grupo para con la tarea pues este matiz no es relevante para la consecución del objetivo.
- Con respecto al líder liberal parecería que nos encontramos ante el polo opuesto. El líder, al dotar al grupo de total libertad para desarrollar su tarea, no facilita al mismo un marco ni límites de actuación. La vinculación emocional también parece estar ausente en este líder y no transmite al grupo su compromiso ni su interés hacia la tarea ni hacia el grupo. El caos aparece por falta de referentes y de motivación.
- En el caso del líder democrático podemos apreciar una buena vinculación
emocional positiva tanto con el grupo como con el compromiso e interés hacia la
tarea. El líder se implica en descubrir el potencial de cada individuo para
conseguir unos resultados comunes. Es capaz de motivar a cada individuo para la
buena realización de su tarea y los objetivos pasan a sentirse como propios en
cada integrante del grupo en lugar de considerarlos como objetivos exclusivos
del líder. Bajo este estilo de liderazgo aparece el verdadero cambio y se
comprueba que es el que mejor resultados obtiene.
¿Qué sentido tiene entonces la práctica autocrática o liberal como estilo
único? Este debate lo dejo a vuestra discreción.
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