Lo más importante es que
necesitamos ser entendidos.
Necesitamos alguien
que sea capaz de escucharnos y entendernos.
Entonces, sufrimos
menos.
Thich Nhat Hanh.
La CNV se compone básicamente
de estos dos aspectos: expresarse con sinceridad y recibir con empatía.
Hasta ahora hemos
hecho un recorrido por los cuatro pilares más importantes sobre los que se basa
la Comunicación No Violenta: lo que observamos, lo que sentimos, lo que necesitamos
y lo que pedimos. Hemos trabajado todo lo que tiene que ver con nosotros, cómo
hacemos, percibimos, sentimos y pedimos, hemos aprendido a comprendernos, a
analizarnos y a cambiar aspectos que nos ayuden a conseguir una mejor
comunicación con los demás.
Ahora llega el
momento de salir al exterior y aplicar todo esto que hemos estado practicando
en primera persona para “escuchar” lo que observan, sienten y necesitan los
demás y comprender lo que nos piden. Pasaremos a esa faceta de la comunicación
conocida como «recepción empática».
Entendemos la empatía
como la comprensión respetuosa de lo que los demás están experimentando. Para
ello es necesario que escuchemos con “todo nuestro ser”. No es simplemente
escuchar con los oídos lo que el otro nos está diciendo, es mucho más que eso,
es estar presente con todos los sentidos.
Un niño pedía
atención a su padre: “Papá escúchame,
pero no solo con tus oídos, quiero que me escuches también con tus ojos”. Intentaba
con esto decirle que esperaba algo más que el mero hecho de que su padre oyera aquello que tenía que decir, quería
atención plena, que estuviese presente y comprendiendo lo que le quería contar.
Cuántas veces hacemos
esto con sin darnos cuenta: Estamos tan ocupados, tan metidos en nuestro
quehacer y con poco tiempo que, a la vez que realizamos alguna tarea, estamos
escuchando lo que nos cuentan, sin estar realmente presentes.
La verdadera empatía solo se produce cuando aprendemos a tomar distancia
de las ideas preconcebidas y los prejuicios que nos acompañan. No exige nada de
otro momento vivido en el pasado, solo vaciar la mente y estar limpios de
ruidos innecesarios que emborronan la calidad de la presencia y la escucha.
Si nos paramos a
pensar cómo es nuestra capacidad de escucha, en muchas ocasiones nos
reconoceremos en la tendencia a dar consejos, a tranquilizar o a explicar cuál
es nuestra postura o nuestros sentimientos al respecto, sin prestar la debida o
completa atención al mensaje que nos transmite la otra persona.
Algunas de las
conductas habituales que impiden estar lo suficientemente presentes,
identificadas por Holley Humphrey son:
Aconsejar: "creo que
deberías...", "quizás si considerases..", "yo que tú, creo
que diría..."
Competir: "Tranquilo,
esto se pasa, mira cuando a mí me paso...."
Educar: "Al menos esto
te sirve para la próxima vez"
Consolar: "Lo hiciste
con la mejor de tus intenciones"
Minimizar: "Ánimo, que no
es para tanto"
Compadecer:
"¡Ay, pobre, cuánto lo siento!
Interrogar intentando la comprensión intelectual: ¿Desde cuándo te ocurre esto?
Corregir: "No, esto lo debiste entender mal"
En estos casos suele
ocurrir que sentimos la necesidad de «arreglar las cosas» para que los demás se
sientan mejor. Esto puede ser incluso una medida para bajar nuestra propia
ansiedad ante lo que nos está contando la otra persona, pues verle sufrir nos
aflige. En realidad, lo que generalmente conseguimos con esta forma de actuar
es que dejamos de estar presentes, pasamos a observar a la persona y a buscar
formas para reducir la sensación de desazón que sentimos, y de esta manera,
dejamos de acompañar, de estar presentes, de empatizar.
Es difícil centrarse
en los sentimientos y necesidades de los demás cuando estamos acostumbrados a
sentirnos responsables de sus sentimientos y a tomarnos lo que nos dicen de una
manera personal.
Un caso práctico no
ayudará a comprender mejor las ideas que acabamos de comentar.
Una mujer quería aprender a comunicarse y entender mejor a su
marido, escuchando las necesidades y sentimientos que se escondían detrás de
ciertas afirmaciones de éste. Se le sugirió que tratase de ‘adivinar’ los
sentimientos y necesidades de su marido y que después los confirmara a través
de una conversación con él.
Marido: ¿De
qué sirve hablar contigo? Nunca escuchas
Mujer: ¿No
eres feliz conmigo?
Terapeuta: (Dirigiéndose
a la mujer) Cuando usted dice «conmigo» da a entender que los sentimientos de
su marido son el resultado de algo que usted hizo. Quizás podría preguntarle:
«¿No eres feliz porque necesitarías...?», en lugar de: «¿no eres feliz
conmigo?». De esta forma, es posible que consiga centrar la atención de lo que
le está ocurriendo a su marido y reduciría las probabilidades de que usted se
tomase lo que él ha dicho de una manera personal.
Mujer: ¿Qué
le debo decir entonces? «¿No eres feliz porque...?» Porque.... ¿qué?
Terapeuta: Intente
encontrar la clave de lo que su marido le dijo: «¿De qué sirve hablar contigo?
Nunca escuchas». ¿Cuál es la necesidad que no está satisfaciendo usted cuando
él dice eso?
Mujer: (Tratando
de empatizar con las necesidades que expresa su marido a través de sus
palabras) ¿No eres feliz porque te parece que no te comprendo?
Terapeuta: Observe
que usted se está centrando en lo que su marido está pensando, no en lo que
está necesitando. Es posible que las personas resulten menos amenazantes para
usted, si escuchara más lo que necesitan en vez de centrarse en la opinión que
tengan sobre usted. En lugar de oír que no es feliz porque cree que usted no lo
escucha, céntrese en lo que necesita diciéndole algo parecido a: «No eres feliz
porque estás necesitando...»
Mujer: (Intentando
nuevamente) ¿No eres feliz porque estás necesitando que te escuche?
Terapeuta: Estaba
pensando en algo así ¿No le suena diferente ahora lo que él le dijo al
principio y comprende mejor lo que necesita?
Mujer: ¡Sin
duda! Me suena muy diferente. Ahora me doy cuenta de lo que le ocurre sin
necesidad de que usted me diga en qué está fallando mi forma de actuar.
También suele ocurrir
que nos apuramos en hacer lo que nos piden. En estos casos, no estamos
transmitiendo un verdadero interés en los sentimientos y necesidades, sino en
solucionar el malestar que nos comunican. Es importante tener en cuenta en
estos casos que la comunicación inicial suele ser como la punta del iceberg, y
a menudo tiene debajo todo un cúmulo de sentimientos relacionados -por lo
general mucho más poderosos- y que aún no se han expresado. Al mantener nuestra
atención centrada en lo que les ocurre a los demás, les ofrecemos la
oportunidad de explorar su interior y expresarse plenamente. Sin embargo, si
desviamos la atención con excesiva rapidez hacia lo que nos piden o hacia
nuestro deseo de expresarnos, podríamos estar interrumpiendo ese proceso.
Si hablar es plata, escuchar es oro.-Proverbio turco.
Y con todo esto, ¿cómo
sabremos si hemos empatizado adecuadamente con otra persona?
En primer lugar,
cuando alguien percibe que sus sentimientos son plenamente comprendidos de
manera empática, experimenta una sensación de alivio. Nos daremos cuenta de
esto si advertimos que nuestro propio cuerpo se libera también de tensión. Otra
señal, más evidente aún, es que la persona se queda en silencio. Si, a pesar de
estas señales, no nos quedase claro, siempre podemos preguntar, pasado un
tiempo prudencial: «¿te gustaría agregar/contarme algo más al respecto?»
Así leído, todo lo
visto parece de fácil aplicación. No obstante, requiere de práctica, consciencia,
análisis y ajuste de cómo vamos gestionando estos
momentos con las personas con las que nos relacionamos, en distintos momentos y
a lo largo del tiempo.
Poco a poco, practicándolo
de manera sistemática, notamos cómo las respuestas y sensaciones que nos
producen estas situaciones van mejorando sustancialmente.
Fuente: Comunicación no violenta - Un lenguaje de vida -
Marshall B. Rosenberg
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