Seguimos ahondando en el aprendizaje de mejores formas de
comunicarnos a través de la CNV.
Una vez hemos identificado lo que nos gustaría pedir y
cómo hacerlo de manera constructiva, veremos cómo hacerlo de forma consciente,
sincera, asegurándonos de que el receptor entendió lo que pedimos y porqué lo
hacemos.
También reflexionaremos sobre cómo diferenciar una
petición de una exigencia y cómo el hecho de no tener claro el objetivo de una
petición, puede generar confusión o una respuesta equivocada.
Suele ocurrir que en momentos en los que nos embargan
nuestras emociones, dejamos de prestar atención a la intención comunicativa del
diálogo que mantenemos con el otro. De alguna forma, nuestro interlocutor
empieza a formar parte del “efecto "papelera" y pasamos a
vaciar en él o ella lo que sentimos con respecto a algo, sin tener en cuenta podemos
estar generando frustración, impotencia, enfado, en la misma medida en la que
nosotros mismos lo estamos experimentando. A esto se añade el hecho de que,
dado que no se trata de un mensaje verdaderamente comunicativo, nuestro
interlocutor no sabe qué esperamos de él/ella como respuesta.
Un ejemplo que ilustra este tema podría ser el que comenta
Marshall Rosenberg:
Estaba
sentado frente a un matrimonio en uno de esos trenecitos que llevan a los
pasajeros a sus respectivas terminales, en el aeropuerto. El vehículo avanzaba
a paso de tortuga, lo que podía acabar con la paciencia de los pasajeros que
tenían prisa por subir al avión. El hombre, dirigiéndose a su mujer exclamó
indignado: "En mi vida vi un tren tan lento como este". La mujer no
dijo nada, aunque parecía tensa e incómoda, como si no supiera muy bien qué
esperaba su marido que dijera. El hombre, entonces, hizo algo que hacemos
muchos de nosotros cuando no nos responden como esperamos: repitió lo que
acababa de decir. En voz mucho más alta que antes, exclamó de nuevo: "¡En
mi vida vi un tren tan lento como este!". La mujer, sin saber qué decir,
parecía cada vez más incómoda. Finalmente, con aire de desesperación, le dijo:
"Este tren está regulado electrónicamente". Pensé que ese comentario
no le gustaría nada a su marido y, en efecto, no le gustó, ya que repitió por
tercera vez, esta vez a grito pelado: «¡EN MI VIDA VI UN TREN TAN LENTO COMO
ÉSTE!». En ese momento la paciencia de la mujer tocó fondo y replicó,
malhumorada: «¿Y bien? ¿Qué quieres que haga? ¿Quieres que baje y empuje?».
Resultado: ahora eran dos los que sentían malestar.
¿Qué respuesta
esperaba el marido? Es posible que le hubiese gustado oír algo como: «Veo que
tienes miedo de perder el avión y que estás disgustado porque te gustaría que
el tren fuera más rápido, yo también me siento así».
En ocasiones, ocurre lo contrario: No incluimos en
aquello que queremos decir los sentimientos y necesidades que hay detrás de nuestra
petición. Por ejemplo:
¿Por
qué no te cortas el pelo?
Es fácil que un joven perciba esta pregunta como un
ataque o una orden a menos que antes se tenga la precaución de comentar algo
del tipo:
"Me
preocupa que teniendo el pelo tan largo, no veas bien, sobre todo cuando vas en
bicicleta."
Cuando decimos algo a una persona, solemos estar pidiendo
algo a cambio. En ocasiones puede tratarse simplemente de una conexión
empática, una mera corroboración de que lo que estamos comentando se ha
entendido, o simplemente conocer la reacción sincera de la persona que escucha.
A pesar de ello, lo más común suele ser que hablemos sin saber muy bien -o sin
ser conscientes- de lo que estamos pidiendo al otro.
Una buena forma de asegurarnos de que el mensaje que
intentamos transmitir llega correctamente, es pedir a la otra persona que nos
confirme cómo entendió nuestras palabras, de manera que podamos corregir una
posible interpretación incorrecta, o una exposición errónea por nuestra parte.
Para evitar confusiones por parte de nuestro interlocutor, podemos aclararle
que no dudamos que nos está prestando atención, sin embargo queremos comprobar
nuestra propia capacidad para comunicarnos y si sabemos hacerlo con claridad.
Es importante poner el énfasis en "nosotros como comunicadores" y no
en "ellos como receptores", para evitar que se sientan cuestionados, dado
que no es el caso.
Una vez que nos expresamos abiertamente y recibimos la
confirmación deseada, a menudo deseamos saber cuál es la reacción de la otra
persona ante nuestras palabras. Por lo general, la sinceridad a la que aspiramos
toma una de estas tres direcciones
·
Qué
sentimientos han provocado nuestras palabras.
·
Qué
piensa el otro sobre lo que acabamos de decir.
·
Si
está dispuesta/o a hacer lo que hemos solicitado.
Para conseguir este feedback, conviene que tengamos conciencia
del tipo de sinceridad que nos gustaría recibir y formular nuestra petición con
un lenguaje preciso.
·
Me
gustaría conocer qué sientes con respecto a lo que acabo de decir y cuáles son
las razones por las que te sientes así.
· Me
gustaría que me dijeses si crees que mi propuesta tendrá éxito y, si no, qué
crees que pueda impedir que lo tenga. En este caso, si lo que decimos es
"Me gustaría que me dijeras qué opinas sobre lo que dije" no estamos
especificando qué tipo de opiniones nos gustaría conocer.
· ¿Estarías
dispuesto a posponer nuestra reunión una semana?
Cuando nos dirigimos a un grupo, es especialmente
importante que sepamos con toda claridad qué queremos que comprendan o cómo
queremos que nos respondan. Al dirigirse a un grupo sin tener claras las
respuestas que se esperan del mismo, se correrá el riesgo de que las
conversaciones se prolonguen indefinidamente sin satisfacer las necesidades de
nadie por el simple hecho de que la persona que planteó un tema no sabe muy
bien qué quiere. En estos casos, lo más probable es que se produzcan
discusiones improductivas y la consiguiente pérdida del valioso tiempo de los
asistentes.
En ocasiones ocurre que las peticiones se pueden
interpretar como exigencias. Esto suele suceder cuando aquellos que las reciben
temen ser objeto de recriminaciones o castigos si no acceden a satisfacerlas.
Cuando una persona percibe que le están exigiendo algo, puede reaccionar
asumiendo la misma o rebelándose ante ella. En cualquiera de los dos casos,
advertirá una actitud coercitiva en la persona que le hace la petición y su
capacidad de responder a ella se verá afectada.
Si la persona que realiza la petición suele juzgar,
castigar o intentar hacer sentir culpables a los demás de manera sistemática
cuando no ha recibido las respuestas que esperaba de ellos, es muy probable que
sus peticiones se oigan como exigencias.
También solemos sufrir las consecuencias del uso que
otras personas han hecho de este tipo de tácticas. En la medida en la que las
personas con las que nos relacionamos hayan sido culpadas, castigadas o
incitadas a sentirse culpables por no haber cumplido con alguna petición, es
probable que trasladen esta carga emotiva a las relaciones que mantienen con
nosotros y que oigan una exigencia en cualquier petición que se les haga.
Una petición puede ser una exigencia si quien hace la solicitud
critica, juzga o intenta que su interlocutor se sienta culpable cuando no
responde a la misma. De la misma manera, pedir en lugar de exigir no significa
que haya que resignarse cuando alguien responde con un "no" a la
petición. Significa que no se le intentará persuadir hasta que no se haya
empatizado con aquello que le impide a la otra persona responder
afirmativamente.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiokXozHVxPYbYJBDKybijtfMA7MjnJJNjID2B4zR422NQkvP9Vrt1JKPfnGYmaL3bLYO-7ITy7nLuM28fHjCwxH7aBSEd6FGW6sWylp3DhVvMyvju_03iUuzdPm0PfSdraC_KbSytPDb0/s400/20160321_Empat%25C3%25ADa.jpg)
Bien es cierto que en muchos contextos no es fácil recordar
que este debe ser el principal objetivo, especialmente cuando se trata de roles
o posiciones centradas en influir, liderar o motivar a los demás (padres,
educadores, empresarios). En estos casos, incluso siguiendo los pasos y
técnicas indicados, las peticiones pueden considerarse exigencias cuando se
ocupa una posición de autoridad o cuando van dirigidas a personas que tuvieron
malas experiencias con figuras de autoridad coercitivas.
Fuente: Comunicación No Violenta: Un lenguaje de vida –
Marshall B. Rosenberg
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