Foto: Arteide |
En un mundo donde a menudo
se nos juzga con severidad
cuando reconocemos y
expresamos nuestras necesidades,
hacerlo puede ser
aterrador.
Solemos ser precavidos
a la hora de expresar nuestras necesidades por la interpretación que se puede
hacer de ello. De hecho, en nuestra cultura, no se nos enseñó a hacerlo, bien
por un ancestral miedo a quedar expuestos, a mostrar vulnerabilidad, a recibir
críticas, desaprobación, a querer que se cumplan sin tener que pedirlo
esperando la muestra de lo mucho que le importamos a los demás...
El tercer componente de
la CNV es el reconocimiento de las necesidades que hay detrás de nuestros
sentimientos.
Un colectivo
especialmente sensible en este sentido es de algunas mujeres, educadas para
ignorar sus necesidades y cuidar a los demás, lo que las hacer ser más susceptibles
a las críticas. Este tipo de mujer se ve en la sociedad como un ser cuya
obligación primordial consiste en cuidar de los demás, a la que frecuentemente
se le enseña a ignorar sus necesidades. Si no
valoramos nuestras necesidades es posible que los otros tampoco lo hagan.
Foto: Women RW500 |
Una
mujer le confesó a su hijo: “Acabo de darme cuenta de que me he pasado treinta
y seis años enfadada con tu padre porque no satisfacía mis necesidades, y ahora
veo que era porque no se las manifesté claramente ni una sola vez”. Esta mujer,
cuando era niña y pedía cosas solía recibir una reprimenda de sus hermanos y
hermanas: «¿Cómo te atreves a pedir tal cosa? Sabes que somos pobres. ¿Te crees
que eres la única persona de la familia?». Acabó teniendo miedo de manifestar a
los demás lo que necesitaba porque pensaba que sólo le reportaría críticas y
desaprobación.
En el proceso de
desarrollo hacia un estado de responsabilidad emocional, solemos pasar por tres
etapas en nuestra forma de relacionarnos con los demás:
Primera etapa. Es la que se denomina
como “esclavitud emocional” pues nos percibimos responsables
de los sentimientos ajenos. Es como si nos tuviésemos que esforzar
continuamente en hacer felices a los demás y, si vemos que no lo conseguimos,
nos sentimos responsables y obligados a hacer algo
para que lo sean. Este tipo de actitud nos lleva a ver a las personas que nos
son más próximas como una verdadera carga. En el caso de relaciones
sentimentales, se puede ver el amor como la negación de sus propias necesidades
y la obligación de satisfacer las necesidades del ser amado.
Segunda etapa. Es la fase "antipática", en la que nos sentimos enojados; no queremos ser responsables de los
sentimientos ajenos. Tenemos
claridad de aquello sobre lo que no tenemos responsabilidad pero todavía no
hemos aprendido cómo ser responsables ante los demás de una forma que no nos
esclavice emocionalmente. En esta etapa puede ocurrir que, aunque seamos
conscientes de la esclavitud emocional a la que estábamos sujetos, aún no
sepamos comunicar nuestras necesidades de manera asertiva. Se suelen arrastrar
sentimientos de temor y de culpa por darle un lugar y querer satisfacer nuestras
propias necesidades. Por lo tanto, no es raro que acabemos expresándolas de una
manera que puede sonar rígida e inflexible a oídos de los demás.
Foto: Bill Wagner |
Pongamos
el ejemplo del “niño perfecto” que ignora sus propias necesidades para
complacer a otros. Su padre, al darse cuenta de ello le dice que nota que con
mucha frecuencia renuncia a satisfacer sus deseos para complacer a los demás y
que le gustaría que expresara con más frecuencia sus necesidades, a lo que su
hijo le contesta: “pero, papá, yo no quiero disgustar a nadie”. Tras proponerle
algunas formas en las que podría conectarse asertivamente con las personas
cuando están disgustadas sin necesidad de responsabilizarse de sus
sentimientos, advirtió en su hijo señales que evidenciaban que empezaba a
manifestar más abiertamente sus necesidades. No tardó en recibir una
notificación del director de la escuela de su hijo en la que le comentaba que estaba
molesto porque su hijo se había presentado un día en clase en mono de trabajo y
cuando se lo comentó la respuesta había sido: “«¡Váyase a la m...!» Evidentemente
no era la mejor forma de manifestar sus necesidades pero había superado con
éxito la etapa de la esclavitud emocional y se encontraba en la etapa
antipática. Había aprendido a manifestar
sus deseos y se arriesgaba a afrontar el disgusto de los demás. Sin duda,
todavía debía aprender a manifestar sus necesidades de manera fluida y
respetando las de los demás, y hay que confiar que esto ocurriría con el
tiempo.
Tercera etapa. En esta ocurre la liberación emocional, en la que nos responsabilizamos de nuestras intenciones y
acciones. Dejamos de responder
a las necesidades de los demás por miedo, sentimiento de culpa o vergüenza, y
en su lugar aparece la compasión. Comenzamos a ser conscientes de que no conseguiremos
satisfacer nuestras necesidades a través de los demás. La liberación emocional
implica expresar claramente cuáles son nuestras necesidades, teniendo también
en cuenta la satisfacción de las necesidades de los demás. Curiosamente, cuando
lo que hacemos por necesidad propia nos satisface, esta sensación también
repercutirá en los demás.
Importante tener en cuenta que no
estamos hablando de matemáticas y, aunque se hayan identificado tres etapas, no
siempre se tendrán que experimentar las mismas. Existen muchos factores que
influyen en este aspecto, tipo de familia de origen, los valores que se
transmiten, los mitos que se tienen…
No obstante, independientemente
de si se atraviesa por alguna de las dos etapas primeras u otro estado de
dificultad en la expresión de necesidades, lo importante es conseguir hacerlo
como se sugiere en la tercera etapa.
La CNV está concebida
como un soporte en el que apoyarnos una vez alcanzado este nivel.
Ahora queda trabajar lo
visto y practicar para ir asumiendo mejor la responsabilidad sobre nuestros
sentimientos.
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