miércoles, 8 de marzo de 2017

Hacer las paces con tu parte no reconocida

Foto: Andrea Koporova
“A menudo las personas dicen que aún no se han encontrado a sí mismas.
Pero el sí mismo no es algo que uno encuentra,
sino algo que uno crea”. –Thomas Szasz

Tina se encontraba en un cruce de caminos. Su hija se había ido a la Universidad y su marido tenía sus propios intereses. A pesar de que en algún momento disfrutó en el Banco, ahora no le produce gran interés su trabajo. Durante algún tiempo, se ha estado preguntando si debería renunciar al mismo. Pero, ¿qué pensarían sus colegas y su jefe de ella?
Este flujo de conciencia llevó a Tina a hacerse preguntas más profundas y reveladoras:
¿Qué pasa si todas sus decisiones las hizo en respuesta a lo que otros esperaban de ella? Tina siempre fue la princesa de sus padres, una estudiante brillante que se casó con el hombre adecuado y trabajó en el sector que tanto su padre como su abuelo habían querido. Ahora, a la edad de 45 años, dudaba si estas elecciones fueron ,en realidad, pseudo-decisiones, dada la presión que había sentido por parte de la familia en cuanto a ellas.
Incluso mucho más atemorizante: ¿qué otras opciones tenía ella en ese momento?
Tina comenzó a preguntarse. ¿De dónde venía todo esto?, ¿Existía una parte escondida de sí misma que no alcanzaba a comprender, o que quizás ni llegase a conocer? Recordaba cómo siendo adolescente su principal preocupación era: ¿Qué es lo que la gente quiere que haga?, ¿Quién quieren que sea? Quizás, el tiempo ha desenterrado estas preguntas - para poder ver con honestidad lo que realmente quería, más allá de lo que otros querían que fuese. Pero ¿qué es lo que la verdadera Tina quería?
La idea de una identidad "verdadera" y una "falsa" o "identidad sombra" ha sido tema de preocupación para los psicólogos desde hace mucho tiempo. Por ejemplo, Carl Jung introdujo la noción de la cara oculta de nuestra personalidad, concibiendo la "sombra" como lo desconocido, el lado oscuro -que proviene de emociones primitivas, negativas, despreciadas socialmente, como la sexualidad, el deseo de poder, el egoísmo, la codicia, la envidia, los celos y la ira. Pero aunque la sombra personifique todo lo que tememos, y por tanto se rechaza, sigue siendo parte de nosotros. Jung creía que, a menos que nos reconciliemos con nuestro lado oscuro, estaremos condenados a ser sus víctimas.
De manera similar, Erickson, otro famoso psicólogo, introduce la idea de la crisis de identidad. Al igual que Jung, sugiere que la formación de la identidad tiene su lado oscuro y negativo. Hay partes de nosotros que son atractivas pero desconcertantes y, por tanto, se tiende a esconderlas. Durante el proceso de hacerse adulto, no solo internalizamos lo que se considera aceptable, también internalizamos (de manera menos consciente) las actitudes parentales y sociales sobre características y cualidades indeseables por la cultura y sociedad en la que vivimos. Para muchos de nosotros éstos aspectos se convierten en la "fruta prohibida", es decir, en cosas por las que nos sentimos atraídos para sentirnos más auténticos, y que a su vez habrá que intentar integrarlas en nuestro sentido de identidad.
Winnicott elaboró la idea del "verdadero yo" y "falso yo". Explica que al principio de la infancia, todos nosotros, en respuesta a amenazas percibidas de nuestra integridad, desarrollamos una estructura defensiva que podría evolucionar hacia un "falso yo". Sugiere que si nuestras necesidades básicas no están cubiertas -no reflejadas o metabolizadas por nuestros padres- podemos suponer que no son importantes. Cumpliendo con los deseos de nuestros padres, podemos estar reprimiendo nuestros propios deseos desconociendo o censurando lo que realmente queremos hacer y ser. Podríamos pensar que el hecho de no hacerlo podría poner en peligro nuestro rol en la familia. Además, podemos internalizar los sueños de nuestros padres de auto-glorificación a través de nuestros éxitos. Pero esta aquiescencia (o aceptación) de los deseos de los demás es una mentira emocional. Pagamos el precio de eliminar nuestros propios deseos y que estos retornen, a menudo, en forma de conflicto. En nuestros esfuerzos de agradar a otros, escondemos nuestro "verdadero yo" que, a cambio, nos conduce hacia el auto-desconocimiento o hacia el auto-extrañamiento. Si este es el caso, el "falso yo" ocupará el puesto. Se convertirá en un arma defensiva para mantener al "verdadero yo" escondido en la retaguardia.
Si hay una gran discrepancia entre el verdadero y el falso yo, existirá un sentimiento vulnerable de la identidad. Y si somos incapaces de adquirir un sentimiento de identidad estable, podríamos terminar algún día escarbando y desentrañando como lo hizo Tina. Después de pasar un tiempo haciendo lo que los demás esperan de ella y cumpliendo con sus expectativas, Tina experimentó lo que Erickson llamaría una crisis de identidad retrasada. En un cierto momento de su vida, le resultó muy difícil mantener la mentira.
El caso de Tina también ilustra el viaje en busca de identidad que normalmente comienza en la adolescencia y no para aquí. En su caso, la tensión entre el "falso yo" y el "verdadero" le vino a la mente, contribuyendo a renovar la confusión que había experimentado en etapas tempranas de su vida. No viviéndola al completo -no integrando estas otras partes de sí misma, su identidad negativa o en sombra- acabó drenándola por completo contribuyendo a vivir aspectos y decisiones que no encajaban con sus necesidades reales. Ignorar su lado en sombra significó consumir un gran monto de energía, empobreciendo su creatividad interior y contribuyendo a varios síntomas de estrés, incluyendo reacciones depresivas.
Pero el retorno de lo reprimido no debería verse como una experiencia meramente negativa. A pesar de que una persona pueda ver estas partes de sí misma como una representación de su vida no vivida, una crisis de identidad retrasada también puede contener las semillas de una renovación psicológica -la motivación para introducir nuevas direcciones en su vida. Si se coquetea con la sombra -aceptando estas partes no vividas de ti mismo y aprendiendo a leer los mensaje que contienen- puede conducir a un nivel más profundo de conciencia, a la vez que al comienzo de la chispa de tu imaginación. Cuando una persona está lista para aceptar estas partes, en lugar de ignorarlas o esconderlas, puede descubrir todo tipo de ideas creativas y positivas deseando ser puestas en marcha. Estos deseos enterrados ayudarán a hacer surgir no solo la pregunta de ¿Quién soy yo? sino también la de ¿Quién quiero ser?. Esto puede hacer cambiar la espiral negativa de autocompasión, que lleva a la inacción, en una perspectiva a partir de la cual se pueda hacer cambios.
Esto es lo que pasó en el caso de Tina. Se enfrentó con las experiencias vividas anteriormente. Trasladó sus sueños a un diario y escribió las asociaciones que le vinieron a la mente. Escribió cartas a su “yo” del pasado y al del futuro. Le contó a su marido cuáles eran sus sueños y las emociones que esto le producía. Juntos hablaron sobre las sensaciones de frustración y ansiedad. Su marido también comenzó a compartir algunos de sus sueños con ella. Sus conversaciones tomaron un cariz más concreto, discutían su futuro juntos, incluyendo sus carreras, finanzas y su futura vida juntos. Esta auto-exploración permitió a Tina tomar conciencia tanto de sus necesidades internas como el tipo de vida que había tenido hasta este momento.
Reafirmada y con energía renovada, Tina revisó sus responsabilidades en el trabajo y encontró maneras de hacer cambios que fueran positivos tanto para el banco como para ella. Incluso se dio el permiso para intercambiar con su padre sus propias ideas acerca de política durante una cena, y ante su sorpresa, pareció que él respetaba su opinión.
Muchos de nosotros encontramos que este tipo de trabajo nos resultaría difícil y confuso, pero el hecho de aprender a seleccionar y reconocer nuestros “demonios” internos puede ser liberador. Cuestionarse, reflejarse y tener conversaciones con sentido con gente clave en nuestra vida puede ayudarnos a lidiar con nuestro lado en la sombra y crear la conexión necesaria entre nuestros falso y verdadero yo. Y para conseguirlo, debemos afrontar el autoconocimiento con curiosidad, como si fuese una aventura fascinante, una exploración de las riquezas contenidas en este mundo interno previamente desconocido.
“Podrás reconocer tu propio camino una vez que estés en él, ya que de pronto tendrás más energía e imaginación que la que podrías llegar a necesitar”. – Jerry Gillies
Fuente:

Manfred F. R. Kets de Vries - Make peace with your unlived life. December 21, 2016 - Pshychology - Harvard Business Review

jueves, 9 de febrero de 2017

CNV 10 - Parafrasear para mejorar la empatía y la comprensión

Uno dice lo que dice y el otro escucha lo que escucha
Maturana.

Como hemos visto en posts anteriores, para conseguir comunicarse de manera transparente, clara y cuidadosa, hay dos aspectos claves a desarrollar: la expresión sincera de necesidades y sentimientos, por un lado, y recibir y escuchar con empatía por otro.
Una de las herramientas para mejorar la recepción empática, una comunicación eficaz y para crear sintonía con la otra persona, es la utilización de la técnica del parafraseo.

domingo, 8 de enero de 2017

CNV IX - El uso de la empatía

Lo más importante es que necesitamos ser entendidos.
Necesitamos alguien que sea capaz de escucharnos y entendernos.
Entonces, sufrimos menos.
Thich Nhat Hanh.
La CNV se compone básicamente de estos dos aspectos: expresarse con sinceridad y recibir con empatía.
Hasta ahora hemos hecho un recorrido por los cuatro pilares más importantes sobre los que se basa la Comunicación No Violenta: lo que observamos, lo que sentimos, lo que necesitamos y lo que pedimos. Hemos trabajado todo lo que tiene que ver con nosotros, cómo hacemos, percibimos, sentimos y pedimos, hemos aprendido a comprendernos, a analizarnos y a cambiar aspectos que nos ayuden a conseguir una mejor comunicación con los demás.
Ahora llega el momento de salir al exterior y aplicar todo esto que hemos estado practicando en primera persona para “escuchar” lo que observan, sienten y necesitan los demás y comprender lo que nos piden. Pasaremos a esa faceta de la comunicación conocida como «recepción empática».
Entendemos la empatía como la comprensión respetuosa de lo que los demás están experimentando. Para ello es necesario que escuchemos con “todo nuestro ser”. No es simplemente escuchar con los oídos lo que el otro nos está diciendo, es mucho más que eso, es estar presente con todos los sentidos.
Un niño pedía atención a su padre: “Papá escúchame, pero no solo con tus oídos, quiero que me escuches también con tus ojos”. Intentaba con esto decirle que esperaba algo más que el mero hecho de que su padre oyera aquello que tenía que decir, quería atención plena, que estuviese presente y comprendiendo lo que le quería contar.
Cuántas veces hacemos esto con sin darnos cuenta: Estamos tan ocupados, tan metidos en nuestro quehacer y con poco tiempo que, a la vez que realizamos alguna tarea, estamos escuchando lo que nos cuentan, sin estar realmente presentes.
La verdadera empatía solo se produce cuando aprendemos a tomar distancia de las ideas preconcebidas y los prejuicios que nos acompañan. No exige nada de otro momento vivido en el pasado, solo vaciar la mente y estar limpios de ruidos innecesarios que emborronan la calidad de la presencia y la escucha.
Si nos paramos a pensar cómo es nuestra capacidad de escucha, en muchas ocasiones nos reconoceremos en la tendencia a dar consejos, a tranquilizar o a explicar cuál es nuestra postura o nuestros sentimientos al respecto, sin prestar la debida o completa atención al mensaje que nos transmite la otra persona.
Algunas de las conductas habituales que impiden estar lo suficientemente presentes, identificadas por Holley Humphrey son:

Aconsejar: "creo que deberías...", "quizás si considerases..", "yo que tú, creo que diría..."
Competir: "Tranquilo, esto se pasa, mira cuando a mí me paso...."
Educar: "Al menos esto te sirve para la próxima vez"
Consolar: "Lo hiciste con la mejor de tus intenciones"
Minimizar: "Ánimo, que no es para tanto"
Compadecer: "¡Ay, pobre, cuánto lo siento!
Interrogar intentando la comprensión intelectual: ¿Desde cuándo te ocurre esto?
Corregir: "No, esto lo debiste entender mal"

En estos casos suele ocurrir que sentimos la necesidad de «arreglar las cosas» para que los demás se sientan mejor. Esto puede ser incluso una medida para bajar nuestra propia ansiedad ante lo que nos está contando la otra persona, pues verle sufrir nos aflige. En realidad, lo que generalmente conseguimos con esta forma de actuar es que dejamos de estar presentes, pasamos a observar a la persona y a buscar formas para reducir la sensación de desazón que sentimos, y de esta manera, dejamos de acompañar, de estar presentes, de empatizar.
Es difícil centrarse en los sentimientos y necesidades de los demás cuando estamos acostumbrados a sentirnos responsables de sus sentimientos y a tomarnos lo que nos dicen de una manera personal.
Un caso práctico no ayudará a comprender mejor las ideas que acabamos de comentar.
Una mujer quería aprender a comunicarse y entender mejor a su marido, escuchando las necesidades y sentimientos que se escondían detrás de ciertas afirmaciones de éste. Se le sugirió que tratase de ‘adivinar’ los sentimientos y necesidades de su marido y que después los confirmara a través de una conversación con él.
Marido:           ¿De qué sirve hablar contigo? Nunca escuchas
Mujer:             ¿No eres feliz conmigo?
Terapeuta:    (Dirigiéndose a la mujer) Cuando usted dice «conmigo» da a entender que los sentimientos de su marido son el resultado de algo que usted hizo. Quizás podría preguntarle: «¿No eres feliz porque necesitarías...?», en lugar de: «¿no eres feliz conmigo?». De esta forma, es posible que consiga centrar la atención de lo que le está ocurriendo a su marido y reduciría las probabilidades de que usted se tomase lo que él ha dicho de una manera personal.
Mujer:           ¿Qué le debo decir entonces? «¿No eres feliz porque...?» Porque.... ¿qué?
Terapeuta:    Intente encontrar la clave de lo que su marido le dijo: «¿De qué sirve hablar contigo? Nunca escuchas». ¿Cuál es la necesidad que no está satisfaciendo usted cuando él dice eso?
Mujer:          (Tratando de empatizar con las necesidades que expresa su marido a través de sus palabras) ¿No eres feliz porque te parece que no te comprendo?
Terapeuta:   Observe que usted se está centrando en lo que su marido está pensando, no en lo que está necesitando. Es posible que las personas resulten menos amenazantes para usted, si escuchara más lo que necesitan en vez de centrarse en la opinión que tengan sobre usted. En lugar de oír que no es feliz porque cree que usted no lo escucha, céntrese en lo que necesita diciéndole algo parecido a: «No eres feliz porque estás necesitando...»
Mujer:           (Intentando nuevamente) ¿No eres feliz porque estás necesitando que te escuche?
Terapeuta:    Estaba pensando en algo así ¿No le suena diferente ahora lo que él le dijo al principio y comprende mejor lo que necesita?
Mujer:          ¡Sin duda! Me suena muy diferente. Ahora me doy cuenta de lo que le ocurre sin necesidad de que usted me diga en qué está fallando mi forma de actuar.
También suele ocurrir que nos apuramos en hacer lo que nos piden. En estos casos, no estamos transmitiendo un verdadero interés en los sentimientos y necesidades, sino en solucionar el malestar que nos comunican. Es importante tener en cuenta en estos casos que la comunicación inicial suele ser como la punta del iceberg, y a menudo tiene debajo todo un cúmulo de sentimientos relacionados -por lo general mucho más poderosos- y que aún no se han expresado. Al mantener nuestra atención centrada en lo que les ocurre a los demás, les ofrecemos la oportunidad de explorar su interior y expresarse plenamente. Sin embargo, si desviamos la atención con excesiva rapidez hacia lo que nos piden o hacia nuestro deseo de expresarnos, podríamos estar interrumpiendo ese proceso.

Si hablar es plata, escuchar es oro.-Proverbio turco.

Y con todo esto, ¿cómo sabremos si hemos empatizado adecuadamente con otra persona?
En primer lugar, cuando alguien percibe que sus sentimientos son plenamente comprendidos de manera empática, experimenta una sensación de alivio. Nos daremos cuenta de esto si advertimos que nuestro propio cuerpo se libera también de tensión. Otra señal, más evidente aún, es que la persona se queda en silencio. Si, a pesar de estas señales, no nos quedase claro, siempre podemos preguntar, pasado un tiempo prudencial: «¿te gustaría agregar/contarme algo más al respecto?»
Así leído, todo lo visto parece de fácil aplicación. No obstante, requiere de práctica, consciencia, análisis y ajuste de cómo vamos gestionando estos momentos con las personas con las que nos relacionamos, en distintos momentos y a lo largo del tiempo.
Poco a poco, practicándolo de manera sistemática, notamos cómo las respuestas y sensaciones que nos producen estas situaciones van mejorando sustancialmente.


Fuente: Comunicación no violenta - Un lenguaje de vida - Marshall B. Rosenberg

lunes, 28 de noviembre de 2016

CNV VIII - Pedir de forma consciente y sincera

Seguimos ahondando en el aprendizaje de mejores formas de comunicarnos a través de la CNV.
Una vez hemos identificado lo que nos gustaría pedir y cómo hacerlo de manera constructiva, veremos cómo hacerlo de forma consciente, sincera, asegurándonos de que el receptor entendió lo que pedimos y porqué lo hacemos.
También reflexionaremos sobre cómo diferenciar una petición de una exigencia y cómo el hecho de no tener claro el objetivo de una petición, puede generar confusión o una respuesta equivocada.
Suele ocurrir que en momentos en los que nos embargan nuestras emociones, dejamos de prestar atención a la intención comunicativa del diálogo que mantenemos con el otro. De alguna forma, nuestro interlocutor empieza a formar parte del “efecto "papelera" y pasamos a vaciar en él o ella lo que sentimos con respecto a algo, sin tener en cuenta podemos estar generando frustración, impotencia, enfado, en la misma medida en la que nosotros mismos lo estamos experimentando. A esto se añade el hecho de que, dado que no se trata de un mensaje verdaderamente comunicativo, nuestro interlocutor no sabe qué esperamos de él/ella como respuesta.
Un ejemplo que ilustra este tema podría ser el que comenta Marshall Rosenberg:
Estaba sentado frente a un matrimonio en uno de esos trenecitos que llevan a los pasajeros a sus respectivas terminales, en el aeropuerto. El vehículo avanzaba a paso de tortuga, lo que podía acabar con la paciencia de los pasajeros que tenían prisa por subir al avión. El hombre, dirigiéndose a su mujer exclamó indignado: "En mi vida vi un tren tan lento como este". La mujer no dijo nada, aunque parecía tensa e incómoda, como si no supiera muy bien qué esperaba su marido que dijera. El hombre, entonces, hizo algo que hacemos muchos de nosotros cuando no nos responden como esperamos: repitió lo que acababa de decir. En voz mucho más alta que antes, exclamó de nuevo: "¡En mi vida vi un tren tan lento como este!". La mujer, sin saber qué decir, parecía cada vez más incómoda. Finalmente, con aire de desesperación, le dijo: "Este tren está regulado electrónicamente". Pensé que ese comentario no le gustaría nada a su marido y, en efecto, no le gustó, ya que repitió por tercera vez, esta vez a grito pelado: «¡EN MI VIDA VI UN TREN TAN LENTO COMO ÉSTE!». En ese momento la paciencia de la mujer tocó fondo y replicó, malhumorada: «¿Y bien? ¿Qué quieres que haga? ¿Quieres que baje y empuje?». Resultado: ahora eran dos los que sentían malestar.
¿Qué respuesta esperaba el marido? Es posible que le hubiese gustado oír algo como: «Veo que tienes miedo de perder el avión y que estás disgustado porque te gustaría que el tren fuera más rápido, yo también me siento así».
En ocasiones, ocurre lo contrario: No incluimos en aquello que queremos decir los sentimientos y necesidades que hay detrás de nuestra petición. Por ejemplo:
¿Por qué no te cortas el pelo?
Es fácil que un joven perciba esta pregunta como un ataque o una orden a menos que antes se tenga la precaución de comentar algo del tipo:
"Me preocupa que teniendo el pelo tan largo, no veas bien, sobre todo cuando vas en bicicleta."
Cuando decimos algo a una persona, solemos estar pidiendo algo a cambio. En ocasiones puede tratarse simplemente de una conexión empática, una mera corroboración de que lo que estamos comentando se ha entendido, o simplemente conocer la reacción sincera de la persona que escucha. A pesar de ello, lo más común suele ser que hablemos sin saber muy bien -o sin ser conscientes- de lo que estamos pidiendo al otro.
Una buena forma de asegurarnos de que el mensaje que intentamos transmitir llega correctamente, es pedir a la otra persona que nos confirme cómo entendió nuestras palabras, de manera que podamos corregir una posible interpretación incorrecta, o una exposición errónea por nuestra parte. Para evitar confusiones por parte de nuestro interlocutor, podemos aclararle que no dudamos que nos está prestando atención, sin embargo queremos comprobar nuestra propia capacidad para comunicarnos y si sabemos hacerlo con claridad. Es importante poner el énfasis en "nosotros como comunicadores" y no en "ellos como receptores", para evitar que se sientan cuestionados, dado que no es el caso.
Una vez que nos expresamos abiertamente y recibimos la confirmación deseada, a menudo deseamos saber cuál es la reacción de la otra persona ante nuestras palabras. Por lo general, la sinceridad a la que aspiramos toma una de estas tres direcciones
·         Qué sentimientos han provocado nuestras palabras.
·         Qué piensa el otro sobre lo que acabamos de decir.
·         Si está dispuesta/o a hacer lo que hemos solicitado.
Para conseguir este feedback, conviene que tengamos conciencia del tipo de sinceridad que nos gustaría recibir y formular nuestra petición con un lenguaje preciso.
·         Me gustaría conocer qué sientes con respecto a lo que acabo de decir y cuáles son las razones por las que te sientes así.
·     Me gustaría que me dijeses si crees que mi propuesta tendrá éxito y, si no, qué crees que pueda impedir que lo tenga. En este caso, si lo que decimos es "Me gustaría que me dijeras qué opinas sobre lo que dije" no estamos especificando qué tipo de opiniones nos gustaría conocer.
·        ¿Estarías dispuesto a posponer nuestra reunión una semana?
Cuando nos dirigimos a un grupo, es especialmente importante que sepamos con toda claridad qué queremos que comprendan o cómo queremos que nos respondan. Al dirigirse a un grupo sin tener claras las respuestas que se esperan del mismo, se correrá el riesgo de que las conversaciones se prolonguen indefinidamente sin satisfacer las necesidades de nadie por el simple hecho de que la persona que planteó un tema no sabe muy bien qué quiere. En estos casos, lo más probable es que se produzcan discusiones improductivas y la consiguiente pérdida del valioso tiempo de los asistentes.
En ocasiones ocurre que las peticiones se pueden interpretar como exigencias. Esto suele suceder cuando aquellos que las reciben temen ser objeto de recriminaciones o castigos si no acceden a satisfacerlas. Cuando una persona percibe que le están exigiendo algo, puede reaccionar asumiendo la misma o rebelándose ante ella. En cualquiera de los dos casos, advertirá una actitud coercitiva en la persona que le hace la petición y su capacidad de responder a ella se verá afectada.
Si la persona que realiza la petición suele juzgar, castigar o intentar hacer sentir culpables a los demás de manera sistemática cuando no ha recibido las respuestas que esperaba de ellos, es muy probable que sus peticiones se oigan como exigencias.
También solemos sufrir las consecuencias del uso que otras personas han hecho de este tipo de tácticas. En la medida en la que las personas con las que nos relacionamos hayan sido culpadas, castigadas o incitadas a sentirse culpables por no haber cumplido con alguna petición, es probable que trasladen esta carga emotiva a las relaciones que mantienen con nosotros y que oigan una exigencia en cualquier petición que se les haga.
Una petición puede ser una exigencia si quien hace la solicitud critica, juzga o intenta que su interlocutor se sienta culpable cuando no responde a la misma. De la misma manera, pedir en lugar de exigir no significa que haya que resignarse cuando alguien responde con un "no" a la petición. Significa que no se le intentará persuadir hasta que no se haya empatizado con aquello que le impide a la otra persona responder afirmativamente.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, la CNV no es una herramienta adecuada para intentar influir sobre otra persona, modificar su conducta, o “salirnos con la nuestra”. Su objetivo consiste en establecer una relación basada en la sinceridad y la empatía, buscamos calidad en la relación y que todas las personas implicadas en el proceso se sientan satisfechos.
Bien es cierto que en muchos contextos no es fácil recordar que este debe ser el principal objetivo, especialmente cuando se trata de roles o posiciones centradas en influir, liderar o motivar a los demás (padres, educadores, empresarios). En estos casos, incluso siguiendo los pasos y técnicas indicados, las peticiones pueden considerarse exigencias cuando se ocupa una posición de autoridad o cuando van dirigidas a personas que tuvieron malas experiencias con figuras de autoridad coercitivas.
El uso de la empatía y la honestidad serán las mejores herramientas para afrontar el reto.


Fuente: Comunicación No Violenta: Un lenguaje de vida – Marshall B. Rosenberg

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jueves, 3 de noviembre de 2016

Los recuerdos ajenos: una reflexión acerca de la "falsa memoria"

Elizabeth F. Loftus es una matemática y psicóloga que trabaja en el campo de la memoria humana y cómo ésta puede ser modificada. Sus experimentos han proporcionado información sobre aquellos eventos que, en palabras de la autora, inducen a ‘falsos recuerdos’. A partir de la revisión de sus estudios, nos animamos a hacer algunas reflexiones en cuanto al tema.
El trabajo de E. Loftus se centra, no solo en lo que olvidamos, sino cómo recordamos cosas que no ocurrieron, o el recuerdo de cosas distintas al hecho “real” y cómo ha acontecido.
Mucha gente cree que la memoria funciona como un dispositivo de grabación. “Sólo es necesario grabar la información, luego buscarla y reproducirla”. Sin embargo, décadas de trabajo en el campo de la psicología han demostrado que esto no es así. Nuestros recuerdos son reconstructivos. La memoria funciona como una página de Wikipedia, puedes ir y cambiarla, y también pueden hacerlo otros.
Los estudios de Loftus brindan un ejemplo en cuanto a esto:
¿’Un’ faro o ‘el’ faro? Loftus descubrió a través de un experimento que un simple artículo puede cambiar los recuerdos. Sometió a un grupo de sujetos a la visión de un accidente. Si el investigador les preguntaba si había «un faro roto», los testigos negaban haberlo visto. Sin embargo, si se les preguntaba por «el faro roto» confirmaban su existencia, aunque en realidad, no había ningún faro roto en la simulación.
¿El coche chocó o se estrelló?. - En el experimento, se preguntaba asimismo a las personas que habían observado el accidente de coche:
-       ¿A qué velocidad cree que iba el coche que usted acaba de ver en las imágenes en el momento del accidente?;
Posteriormente, se hacía la misma pregunta a otro grupo de personas que había visto las mismas imágenes con un ligero cambio:
-       ¿A qué velocidad cree que iba el coche que usted acaba de ver en las imágenes cuando chocó?
Y, por último, se hacía una tercera pregunta a otro grupo de participantes en cuanto al mismo accidente:
-       ¿A qué velocidad cree que iba el coche que usted acaba de ver en las imágenes cuando se estrelló?
Los testigos del segundo grupo decían que los coches iban más rápido que los testigos del primer grupo, y los observadores del tercer grupo se inclinaron, incluso, a decir que vieron cristales rotos en la escena del accidente, cuando no había ninguno en absoluto. Las claves introducidas en las preguntas marcaron la diferencia en cuanto a la percepción, como por ejemplo, si el coche chocó o se estrelló.
También se ha comprobado que cuando las personas están bajo situaciones estresantes, si además se les alimenta con información sugestiva que puede insinuar cosas que realmente no ocurrieron, como puede ser el caso de un niño bajo el efecto de un interrogatorio "agresivo", "abusivo" u "hostil" por parte de un adulto durante cierto lapso de tiempo, han llegado a identificar erróneamente a alguien que ni remotamente se parecía al sujeto verdadero.
Estos estudios demuestran que cuando a las personas se les proporciona información “incorrecta” acerca de alguna experiencia pasada, se puede distorsionar, contaminar o cambiar un recuerdo.
En el mundo real, la información es variada y masiva y –paradójicamente- la desinformación está en todas partes. Recibimos “desinformación” no sólo a través de preguntas sugestivas, sino también cuando hablamos con otros observadores que, consciente o inconscientemente, nos facilitan información errónea acerca de algún evento que hemos experimentado.
Tras estos descubrimientos se ha podido comprobar que se pueden implantar “falsos recuerdos”, lo que tiene repercusiones que afectan el comportamiento mucho tiempo después que el recuerdo sea asimilado.
La mayoría de la gente aprecia sus recuerdos, sabe que representan su identidad, quiénes son, de dónde vienen, pero como resultado de estas investigaciones se sabe que detrás de estas creencias puede esconderse cierta ficción.
La investigación de E. Loftus viene a señalar algo que ha sido históricamente un tema de estudio de muchas ramas del conocimiento, habla acerca de la forma en la que percibimos –de manera diferencial y en un juego constante con “la realidad”- los sucesos de los que somos testigos. Así, de alguna forma, no podemos fiarnos de saber distinguir los recuerdos “falsos” de los “verdaderos”.
E. Loftus realizó un experimento para explorar la diferencia entre cambiar un detalle o varios en una memoria intacta y, por otro lado, implantar una “falsa memoria” o un hecho que nunca ocurrió. El grupo experimental estaba conformado por personas de edades comprendidas entre los 18 y los 53 años, a quienes se les intentó implantar el falso recuerdo de haberse perdido en un centro comercial o en un gran almacén cuando tenían la edad de cinco años. Se utilizó material real ocurrido en sus vidas a esa edad, proporcionado por padres, hermanos o familiares cercanos. Se preparó un documento para cada participante que contenía historias, de un párrafo cada una, de tres situaciones que les habían ocurrido y se incluyó una historia que no les pasó. Se creó una situación falsa utilizando información de una salida de compras plausible proporcionada por un familiar, quien también informó que el participante nunca se perdió en una situación similar a los cinco años. El escenario incluía elementos como: estar perdido durante un periodo relativamente largo de tiempo, llantos, ayuda y consuelo por parte de una mujer anciana y, finalmente, el reencuentro con la familia. Al final del experimento, el 29% de los participantes recordaban parcialmente o completamente la situación falsa construida para ellos. Este experimento demuestra que existe una forma de infundir falsas memorias y nos da una idea de cómo esto puede estar ocurriendo en la vida real.
Es muy poco probable que un adulto pueda recordar auténticos recuerdos episódicos desde el primer año de vida, en parte debido a que el hipocampo, que juega un papel clave en la creación de recuerdos, no ha madurado lo suficiente como para formar y almacenar recuerdos duraderos que se puedan recuperar en la edad adulta.
“En el caso de los niños menores de seis años los procesos de control de la realidad no se han desarrollado del todo y son más vulnerables a que sugerencias de información se incorporen a su mente como vivencias”, explica el profesor Antonio L. Manzanero, experto en Psicología del Testimonio y profesor de la Universidad Complutense. Sin embargo, “ya que los falsos recuerdos no solo se dan por inducción sino por errores de los propios procesos normales de memoria, también pueden producirse en la edad adulta”.
Este efecto fue demostrado en un estudio realizado por Saul M. Kassin y sus colegas de la Universidad de Williams, quienes investigaron sobre este tema a través de las reacciones de los participantes de su estudio, falsamente acusados de dañar un ordenador al pulsar una tecla equivocada. Los participantes (inocentes) negaron inicialmente la acusación, pero cuando un cómplice de los experimentadores aseguró haberles visto realizar la acción, muchos de los participantes confirmaron que sí lo hicieron, aun cuando no había sido así en realidad.
Este tipo de investigaciones brindan una comprensión de cómo se crean falsos recuerdos. En primer lugar, hay demandas sociales sobre los individuos a tener en cuenta; por ejemplo, los investigadores ejercen cierta presión sobre los participantes durante el experimento para llegar a generar los recuerdos. En segundo lugar, la construcción de la memoria y los acontecimientos por medio de la imaginación se puede fomentar de manera explícita cuando las personas están teniendo problemas para recordar. Y, por último, los individuos pueden ser alentados a no cuestionarse si sus construcciones son reales o no. La creación de falsos recuerdos ocurre con más probabilidad cuando estos factores externos están presentes, y su ocurrencia en el entorno experimental nos habla de cómo puede darse este hecho en la vida cotidiana de una persona. No obstante, aún queda por avanzar en la investigación para tener datos más concretos acerca de las características que definen a personas que son particularmente susceptibles a esta forma de sugestión, así como de las que son más resistentes frente a ella.
Este tipo de investigaciones plantean, sin duda, un amplio escenario de reflexiones. Vivimos y somos en un contexto social, donde la mutua influencia es parte de la naturaleza humana. Quizá lo más importante en este sentido, dados los datos arrojados por los distintos estudios en relación con la memoria, es que seamos sensibles ante el hecho de cómo influimos en las construcciones de los demás, en su narrativa autobiográfica y en la forma en la que se puede incorporar información ajena a la experiencia personal. En esta línea, cabe asimismo una reflexión acerca del manejo que hacemos de la información. En un mundo en donde la información se multiplica cada día, el manejo de la misma pasa a ser un tema de supervivencia y adaptación, de manera que esto pueda enriquecer las vivencias en lugar de acallar la individualidad de las mismas generando, de manera paradójica, un estado de desinformación.

Fuente:
-       Ted Global – Elizabeth Loftus: la ficción de la memoria
-       Scientific American – 1997 – Creating False Memories – Elizabeth F . Loftus –University of Washington