domingo, 8 de enero de 2017

CNV IX - El uso de la empatía

Lo más importante es que necesitamos ser entendidos.
Necesitamos alguien que sea capaz de escucharnos y entendernos.
Entonces, sufrimos menos.
Thich Nhat Hanh.
La CNV se compone básicamente de estos dos aspectos: expresarse con sinceridad y recibir con empatía.
Hasta ahora hemos hecho un recorrido por los cuatro pilares más importantes sobre los que se basa la Comunicación No Violenta: lo que observamos, lo que sentimos, lo que necesitamos y lo que pedimos. Hemos trabajado todo lo que tiene que ver con nosotros, cómo hacemos, percibimos, sentimos y pedimos, hemos aprendido a comprendernos, a analizarnos y a cambiar aspectos que nos ayuden a conseguir una mejor comunicación con los demás.
Ahora llega el momento de salir al exterior y aplicar todo esto que hemos estado practicando en primera persona para “escuchar” lo que observan, sienten y necesitan los demás y comprender lo que nos piden. Pasaremos a esa faceta de la comunicación conocida como «recepción empática».
Entendemos la empatía como la comprensión respetuosa de lo que los demás están experimentando. Para ello es necesario que escuchemos con “todo nuestro ser”. No es simplemente escuchar con los oídos lo que el otro nos está diciendo, es mucho más que eso, es estar presente con todos los sentidos.
Un niño pedía atención a su padre: “Papá escúchame, pero no solo con tus oídos, quiero que me escuches también con tus ojos”. Intentaba con esto decirle que esperaba algo más que el mero hecho de que su padre oyera aquello que tenía que decir, quería atención plena, que estuviese presente y comprendiendo lo que le quería contar.
Cuántas veces hacemos esto con sin darnos cuenta: Estamos tan ocupados, tan metidos en nuestro quehacer y con poco tiempo que, a la vez que realizamos alguna tarea, estamos escuchando lo que nos cuentan, sin estar realmente presentes.
La verdadera empatía solo se produce cuando aprendemos a tomar distancia de las ideas preconcebidas y los prejuicios que nos acompañan. No exige nada de otro momento vivido en el pasado, solo vaciar la mente y estar limpios de ruidos innecesarios que emborronan la calidad de la presencia y la escucha.
Si nos paramos a pensar cómo es nuestra capacidad de escucha, en muchas ocasiones nos reconoceremos en la tendencia a dar consejos, a tranquilizar o a explicar cuál es nuestra postura o nuestros sentimientos al respecto, sin prestar la debida o completa atención al mensaje que nos transmite la otra persona.
Algunas de las conductas habituales que impiden estar lo suficientemente presentes, identificadas por Holley Humphrey son:

Aconsejar: "creo que deberías...", "quizás si considerases..", "yo que tú, creo que diría..."
Competir: "Tranquilo, esto se pasa, mira cuando a mí me paso...."
Educar: "Al menos esto te sirve para la próxima vez"
Consolar: "Lo hiciste con la mejor de tus intenciones"
Minimizar: "Ánimo, que no es para tanto"
Compadecer: "¡Ay, pobre, cuánto lo siento!
Interrogar intentando la comprensión intelectual: ¿Desde cuándo te ocurre esto?
Corregir: "No, esto lo debiste entender mal"

En estos casos suele ocurrir que sentimos la necesidad de «arreglar las cosas» para que los demás se sientan mejor. Esto puede ser incluso una medida para bajar nuestra propia ansiedad ante lo que nos está contando la otra persona, pues verle sufrir nos aflige. En realidad, lo que generalmente conseguimos con esta forma de actuar es que dejamos de estar presentes, pasamos a observar a la persona y a buscar formas para reducir la sensación de desazón que sentimos, y de esta manera, dejamos de acompañar, de estar presentes, de empatizar.
Es difícil centrarse en los sentimientos y necesidades de los demás cuando estamos acostumbrados a sentirnos responsables de sus sentimientos y a tomarnos lo que nos dicen de una manera personal.
Un caso práctico no ayudará a comprender mejor las ideas que acabamos de comentar.
Una mujer quería aprender a comunicarse y entender mejor a su marido, escuchando las necesidades y sentimientos que se escondían detrás de ciertas afirmaciones de éste. Se le sugirió que tratase de ‘adivinar’ los sentimientos y necesidades de su marido y que después los confirmara a través de una conversación con él.
Marido:           ¿De qué sirve hablar contigo? Nunca escuchas
Mujer:             ¿No eres feliz conmigo?
Terapeuta:    (Dirigiéndose a la mujer) Cuando usted dice «conmigo» da a entender que los sentimientos de su marido son el resultado de algo que usted hizo. Quizás podría preguntarle: «¿No eres feliz porque necesitarías...?», en lugar de: «¿no eres feliz conmigo?». De esta forma, es posible que consiga centrar la atención de lo que le está ocurriendo a su marido y reduciría las probabilidades de que usted se tomase lo que él ha dicho de una manera personal.
Mujer:           ¿Qué le debo decir entonces? «¿No eres feliz porque...?» Porque.... ¿qué?
Terapeuta:    Intente encontrar la clave de lo que su marido le dijo: «¿De qué sirve hablar contigo? Nunca escuchas». ¿Cuál es la necesidad que no está satisfaciendo usted cuando él dice eso?
Mujer:          (Tratando de empatizar con las necesidades que expresa su marido a través de sus palabras) ¿No eres feliz porque te parece que no te comprendo?
Terapeuta:   Observe que usted se está centrando en lo que su marido está pensando, no en lo que está necesitando. Es posible que las personas resulten menos amenazantes para usted, si escuchara más lo que necesitan en vez de centrarse en la opinión que tengan sobre usted. En lugar de oír que no es feliz porque cree que usted no lo escucha, céntrese en lo que necesita diciéndole algo parecido a: «No eres feliz porque estás necesitando...»
Mujer:           (Intentando nuevamente) ¿No eres feliz porque estás necesitando que te escuche?
Terapeuta:    Estaba pensando en algo así ¿No le suena diferente ahora lo que él le dijo al principio y comprende mejor lo que necesita?
Mujer:          ¡Sin duda! Me suena muy diferente. Ahora me doy cuenta de lo que le ocurre sin necesidad de que usted me diga en qué está fallando mi forma de actuar.
También suele ocurrir que nos apuramos en hacer lo que nos piden. En estos casos, no estamos transmitiendo un verdadero interés en los sentimientos y necesidades, sino en solucionar el malestar que nos comunican. Es importante tener en cuenta en estos casos que la comunicación inicial suele ser como la punta del iceberg, y a menudo tiene debajo todo un cúmulo de sentimientos relacionados -por lo general mucho más poderosos- y que aún no se han expresado. Al mantener nuestra atención centrada en lo que les ocurre a los demás, les ofrecemos la oportunidad de explorar su interior y expresarse plenamente. Sin embargo, si desviamos la atención con excesiva rapidez hacia lo que nos piden o hacia nuestro deseo de expresarnos, podríamos estar interrumpiendo ese proceso.

Si hablar es plata, escuchar es oro.-Proverbio turco.

Y con todo esto, ¿cómo sabremos si hemos empatizado adecuadamente con otra persona?
En primer lugar, cuando alguien percibe que sus sentimientos son plenamente comprendidos de manera empática, experimenta una sensación de alivio. Nos daremos cuenta de esto si advertimos que nuestro propio cuerpo se libera también de tensión. Otra señal, más evidente aún, es que la persona se queda en silencio. Si, a pesar de estas señales, no nos quedase claro, siempre podemos preguntar, pasado un tiempo prudencial: «¿te gustaría agregar/contarme algo más al respecto?»
Así leído, todo lo visto parece de fácil aplicación. No obstante, requiere de práctica, consciencia, análisis y ajuste de cómo vamos gestionando estos momentos con las personas con las que nos relacionamos, en distintos momentos y a lo largo del tiempo.
Poco a poco, practicándolo de manera sistemática, notamos cómo las respuestas y sensaciones que nos producen estas situaciones van mejorando sustancialmente.


Fuente: Comunicación no violenta - Un lenguaje de vida - Marshall B. Rosenberg